miércoles, 20 de junio de 2012

Música


Domingo vespertino. Cinco de la tarde. Volvemos al cielo gris de Lima después de unos momentos de esparcimiento con la familia —aunque terminó un poco rápido para mi gusto—. Siento el aire fresco a través de mi ventana y mi sobrina se encuentra echada sobre mis piernas descansando luego de una jornada en la que estuvo corriendo y jugando con su hermanito, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. Mientras tanto, intento fotografiarla: situación complicada, ya que no es de aquellas a las que les guste las fotos  —hecho que me parece un poco extraño en una infante—. Sin embargo, todo cobra sentido al ver a su madre.

En la radio suena la típica música comercial. Las mismas canciones de todos los días, incluso los domingos. Miro a través de la ventana y observo la carretera casi vacía: ello me pareció extraño; no obstante, inmediatamente recordé “es domingo”. Cinco y media, Día del Padre, es decir, el Perú se encontraba en reunión familiar o estaba almorzando tarde, ya que el desayuno vino después de las once.

De fondo, la radio sigue sonando, pero casi no le presto atención. Veo mi Blackberry y me preguntó: “¿Por qué no me escribe?” “Ya lo hará”, pienso luego para animarme.

De pronto, escucho una vieja melodía, de esas que dices: "No sé cómo, pero si tan solo pusieran medio segundo de la pista, la identificaría sin problema alguno". “Rossana” de Toto. En ese instante, un suceso me produjo admiración: mi sobrina empezó a llevar el compás de la canción. A los segundos, mi hermana, que se encontraba también mirando a través de la ventana, emitió unas palabras lapidarias: “¡No sé cómo a un niño de tres años le pudo gustar esa música! Luego, se alejó sin más."

Luego de que mi mente vagara, por unos segundos, alrededor de esa sentencia, dije: “Tienes razón, no se cómo a un niño de esa edad le podría gustar una música así”. Respiré hondo.

Sin embargo, ahora, que estoy más sosegado, me pregunto cómo.

Y sigo preguntándome cómo...

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